La sabiduría viene llamando por la calle y levanta su
voz en las plazas. Habla en las esquinas de las calles céntricas y repite sus
discursos a las entradas de la ciudad. ¿Hasta cuándo, tontos, les gustaran las
tonterías? ¿Hasta cuándo, orgullosos, tendrán ganas de burlarse? Necios, ¿hasta
cuándo aborrecerán la verdad?
Déjense convencer por mis razones, pues quiero
abrirles mi corazón y comunicarles mis enseñanzas. Pero sino vienen a mi
llamado, si tiendo la mano y nadie me presta atención, si no quieren escuchar a
mis consejos y no hacen caso a mis advertencias, yo también me reiré de sus
desgracias y me burlare de ustedes en el día de la catástrofe. (Proverbios, 2:
20-26).
La sabiduría de Dios, cuando se arraiga en el hombre,
lo protege contra las malas influencias. Ya no es paja llevada por cualquier
viento, como el insensato incapaz de resistir el llamado de los borrachos o de
los compañeros poco escrupuloso.
No seamos sordos al llamado de Dios ni ciegos a su
presencia.
“Haz de la sabiduría tu hermana y
de la inteligencia tu amiga”.
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